Entrar en el corazón de las flores: El arte del ikebana en Japón

Entrar en el corazón de las flores: El arte del ikebana en Japón

septiembre 27, 2023 Artículos 0

Por Matilde Gálvez Sepúlveda

Todas las culturas tienen una aproximación a las flores, ya sea como homenaje a los difuntos o como regalo para alguien especial. Es así como las flores nos acompañan en nuestra vida diaria y en nuestros momentos memorables. Pero Japón destaca por el status otorgado al arreglo floral, en donde no solo es una expresión técnica y decorativa, sino también se le ha otorgado status de arte plástico a la vez que convertirlo en un camino de desarrollo personal. 

Los arreglos florales en Japón son conocidos como ikebana. No solo es una técnica centenaria con su propia tradición de estilos, escuelas y maestros, sino que también es considerado  un método de conexión con el mundo natural y un método de cultivación interior. Ike puede traducirse como vivo, dotado de vida y bana significa flor o flores, por lo que ikebana puede traducirse como dar vida a las flores, flores vivas o el arte de vivificar flores. La palabra ya lo dice: las flores están vivas y de alguna manera expresan una consciencia. En el arte del ikebana nos comunicamos con las flores y lentamente a través de la práctica nos vamos sensibilizando frente a sus humildes, calladas y efímeras presencias.

Los japoneses tienen una larga tradición asociado al disfrute de la naturaleza. Esta conciencia estacional está presente en su gastronomía, en sus artes, diseño textil, fiestas típicas y otras tradiciones que sobreviven hasta el día de hoy. Entre ellas, la que más destaca es la del hanami o fiesta de la primavera. Incluso desde el punto de vista del shinto, la religión autóctona de Japón, las flores tienen su propia deidad llamada Kono Hana Sakuya Hime.

Con la llegada de budismo, las flores pasaron a ser ofrenda común en los altares budistas, en cuyo caso pasan a llamarse kuge. Ya en el siglo VII el monje Senmu estudió arte floral en China y posteriormente fundó la escuela Ikenobo, que se conserva hasta el día de hoy.  Hacia el siglo XII ya era común tener pequeños altares budistas en los hogares, utilizando como imágenes votivas esculturas o pinturas de buda dispuestas en el  tokonoma (nichos en habitaciones tradicionales usados como altares o espacios para exhibir arte). El estilo Kuge pasó a llamarse Rikka, ambos términos significan flores que se disponen verticalmente.  

En su larga trayectoria, el ikebana ha incorporado la visión sobre la naturaleza de distintas maneras. Por ejemplo, desde un punto de vista simbólico, existen triadas tales como shin-so-gyo (shin representa lo simétrico o rígido, So lo libre y dinámico y gyo un punto medio entre ambos) o ten-chi-jin (en donde las ramas simbolizan la armonía universal, representando al cielo, la tierra y al ser humano). Estas aproximaciones tenían como fin representar un orden cósmico e invitar al espectador a reflexionar en torno a su lugar en la naturaleza. 

Posteriormente, el ikebana recibió influencia del budismo zen. Este budismo había entrado a Japón en el siglo XII pero adquiere relevancia política y cultural en los siglos XV y XVI. Se volvió el budismo oficial de la clase gobernante y en templos de Kyoto fue desarrollando no solo una filosofía de la vida sino también una estética, es decir una forma de comprender la belleza. En el contexto del budismo zen la belleza está asociada a lo natural pero también a lo efímero; las cosas son más bellas en la medida que reflejan la realidad transitoria. A esta estética de lo simple se le conoce como wabi sabi y asociado a la ceremonia del té surgió el estilo chabana, que se caracteriza por la preferencia por materiales naturales para los floreros y la preferencia por una o pocas flores, que a su vez tienen que estar asociadas a la estación. 

Con la influencia del budismo Zen el ikebana pasó a formar parte del conjunto de artes entendidas como camino espiritual (geido), en donde la práctica artística es considerada una meditación en movimiento en la medida en que nos ayuda a vincularnos con la realidad, logrando desarrollar una mente atenta que nos conecta con el aquí y el ahora. En ese estado surge un tipo de creatividad muy particular que combina la sensibilidad estética del quién ejecuta el arreglo pero matizado con la observación íntima del material que se va a usar. A esto se le llama entrar en el corazón de las flores; en el ikebana finalmente yo me expreso a mí mismo y soy, al mismo tiempo, un vehículo para que la naturaleza se exprese también.

Durante el periodo Edo, siglos XVII a XIX, surgió una clase burguesa ávida de adquirir conocimiento de elite que antes no tenía permitido. Las artes tradicionales que habían estado sujetas a la aristocracia, a la clase samurai y al clero, se popularizan y expanden. El arte del ikebana empieza a ser enseñado en escuelas urbanas, también se asoció fuertemente al mundo femenino y a la buena educación de las jóvenes en edad de casarse. Surgen estilos simples tales como el nageire, el moribana y otros más estructurados, tales como el shoka. Durante la época de la modernización (segunda mitad del siglo XIX) el arreglo floral perdió fuerza para luego retomarla en el siglo XX con escuelas modernas que buscan nuevos alcances para el arreglo floral, entendiendo el ikebana como una forma de arte plática. Un ejemplo de dichas escuelas es la Sogetsu.

Hoy en día no es necesario ser un practicante de budismo zen para disfrutar de los beneficios de esta práctica que pueden sentirse inmediatamente. Los practicantes usualmente sienten mayor calma, mayor concentración y paciencia, a la vez que se trabaja el desapego. Tenemos que tener conciencia de que las flores están vivas. Por muy bellos que nos haya quedado debemos retirarlo después de unos días. El ikebana nunca usa material artificial, pues esa es una de sus enseñanzas fundamentales; vive el presente, disfruta esta flor que se está abriendo frente a ti.  Las mismas flores nos recuerdan con su efímera presencia que nosotros también estamos sujetos a la impermanencia y nos invita a vivir de acuerdo a ello, tomando en cuenta que los momentos, así como los arreglos son irrepetibles. 

Bibliografía:

Juniper, Andrew, WabiSabi. El arte de la impermanencia japonés. Barcelona,Oniro, 2004

Richie, Donald, El libro de los maestros del ikebana; Fundamentos y principios del arte japonés de arreglos florales, Tokyo, Espasa-Calpe, 1968

Suzuki, D.T, El zen y la cultura japonesa. Barcelona, Paidós, 1996.

Valles, Jesus Gonzalez, Filosofía de las artes japonesas, Madrid, Verdum, 2007

Imágenes:

Imagen 3: Pintura de un Rikka por Ikenobo II. Anónimo de 1631.Biblioteca Yomei, Kyoto.

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Una lección de ikebana, de la selección de xilografías Treinta y seis escenas de la vida de mujeres nobles y plebeyas, por Utagawa Kunisada, Mediados siglo XIX. Colección Minobu Ohi, Tokyo

Arreglos florales de inspiración erudita por Kanagisawa Kien (1706 – 1758), Colección Shohei Kumita, Tokio

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Arreglo escuela Korinka

 

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