Budismo y Shinto en la filosofía del jardín japonés
Es difícil resumir la influencia del Shinto y el Budismo en la filosofía del jardín japonés. Sin embargo, si tuviésemos que decirlo en una frase, podríamos decir que lo que tienen en común ambas tradiciones filosófico-religiosas es su respeto por las cosas, tal como aparecen en nuestra experiencia.
En el Shinto, por un lado, los objetos, todos ellos, contienen cualidades espirituales. Se dice que en un grano de arroz viven 8 millones de Kami (es decir, dioses o espíritus). En ese sentido, se hace valer la agencia de objetos que en Occidente pueden parecernos inanimados, y así se vuelve literal la idea de «seguir el pedido» de un objeto, que explorábamos en el artículo anterior. No existe tampoco una distinción jerárquica entre estos espíritus, y por eso cada cosa requiere del mismo respeto que cualquier otra.
Sin duda, experimentar esta vitalidad de las cosas y darles el respeto correspondiente en la vida cotidiana es difícil, ya que hay diversas distinciones y evaluaciones que son necesarias para organizar nuestra rutina. Se haría difícil, si viviésemos así, caminar sobre las piedras o incluso botar un papel. El jardín, sin embargo, es una oportunidad para que, por unos breves instantes iluminadores, recordemos la vitalidad de las cosas.
Existe una idea similar en el Budismo. Allí, se dice que todo es manifestación de la Naturaleza de Buda (en sánscrito, tathāgatagarbha), es decir, que la realidad entera, los objetos, las acciones y los fenómenos, son por igual formas de una sola naturaleza, apareciendo por doquier. Si bien esta es una idea que proviene del budismo mahāyāna, su influencia sobre el budismo Zen es notable, por ejemplo en los escritos de Dōgen.
Esta idea es a la vez simple y profunda. De acuerdo con ella, la realidad última es descrita simplemente como la manera en que las cosas son. Expresan su Naturaleza de Buda simple y cabalmente sólo por ser sí mismas, por afirmar su «talidad» (en sánscrito, Tathātā) su «ser-tal» o «ser-así». No se asume, como quizás en Occidente haríamos, que están ahí como representación de una idea venida de otra parte o de un creador distinto de éstas que las hizo y luego las abandonó allí. Quizás lo más cercano a esto que tenemos en Occidente son las ideas de Spinoza, quien comparte tanto el monismo (es decir, la idea de que todo es parte de la misma gran sustancia) como el antitrascendentalismo (o sea, que las cosas son por sí mismas, inmanentemente, y no debido a otra fuerza que está separada de éstas).
El jardín japonés buscará resaltar la «talidad» de cada cosa, con efectos armónicos, escénicos, y de contraste. Los objetos, al coexistir, hacen depender de los otros la forma en que muestran su «talidad», resaltándose mutuamente. Eso da a luz a una armonía inefable, donde la «talidad» de una cosa, en su composición con las «talidades» de las otras con las que comparte un espacio, co-configuran una experiencia iluminadora, y generan un «ambiente estético».
Esta armonía nunca está preconcebida: surge a partir de los ingredientes particulares disponibles en ese momento. Pero no por ello es algo completamente espontáneo; se busca acentuar la «talidad» de cada cosa, cristalizarla. Se trata de facilitar que ésta esté disponible, sea sensible para quien experimenta el jardín.
En ese sentido, el jardín japonés no es distinto de otras artes japonesas, como la ceremonia del té o la poesía haiku. Además de su común interés por descubrir valor estético en objetos que son cotidianamente considerados como sin ese valor, también comparten la idea de que la composición y lo que se compone están al mismo nivel, sin distinciones jerárquicas entre el ejercicio artístico y las cosas que éste utiliza.
De acuerdo a la tradición Zen se ha alcanzado el punto máximo de logro artístico cuando un artista ha integrado las reglas y las técnicas de su medio (el jardín, la ceremonia del té, el haiku, entre otros) tan plenamente que el producto final parece como si hubiese sido creado espontáneamente y sin demasiado esfuerzo. Esto no es sólo una cualidad del artista; también debe parecer que el jardín mismo devino lo que es espontáneamente.
El delicado equilibrio entre la técnica y el «ser-tal» de la naturaleza nos muestra que, también el artista, el jardinero, el poeta o el pintor, y también nosotros, somos parte de ella.